Nada más doblar la esquina,
aparece allí, denostado por el paso del tiempo. Al pasar nos sorprende el
eco propio del mismo lugar que resguarda
los misterios y la gloria de épocas pasadas.
Revestido de unos cimientos tan
antiguos como la humanidad misma, ese lugar impone cierto respeto, incluso temor
aún en los tiempos que corren.
No obstante, corre el rumor de que
fue fiel testigo de los Actos de Fe en tiempos de la Santa Inquisición.
Podemos imaginar aún a esos
famélicos huéspedes, iracundos, denostados por una cruel y cínica existencia, pedir a gritos una
clemencia que habría de llegar en forma de “multitudinario
sacrificio”.
Hoy sus muros desdibujados, demuestran
lo que es capaz de hacer el paso del tiempo. Los grafiteros hacen de su arte espejo del alma y
los brotes de una memoria, lejana ya, evidencian un olvido más que patente.
Como la vida misma.
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