Volví a nacer cuando perdí el dolor de tus silencios,
cuando descubrí en el placer de tus miradas lo que
siempre enmarcaban mis sueños…

"En lo Hondo"
Gustavo GP

martes, 26 de julio de 2016

Línea 4 (II)



Resultado de imagen de metro antiguoCapítulo 2

2ª Estación

El Misterioso Viajero.


El estrambótico sonido de un frenazo y el ir y venir de las luces del vagón le despertaron del profundo sueño.
El Tren número 735 que recorría su línea, era de los más antiguos de la flota, ya lo había comprobado en otras ocasiones, pero siempre estaba despierto, por lo que el susto, ésta vez sí fue mayúsculo. Los tubos donde guardaba los planos del futuro hospital salieron disparados por el pasillo central del vagón, hasta pararse de sopetón en los pies de un compañero de viaje que no había visto antes. Quedó algo extrañado, perplejo, pensó que quizá el cansancio, le hizo no fijarse en ese misterioso anciano al subir. Ante la duda, miró la estación, Las Nubes, sí, es la primera de las paradas que venían en la línea, no se habría fijado en él, no le quiso dar más importancia.
Era un señor mayor, de unos setenta años, encorvado y con un puma en la empuñadura de su bastón.
Amaba los pumas, Era un animal que le encantaba por su belleza, sigilo y color. ¿Coincidencia?

“Chaval, esto se te ha caído”. Le objetó. 

“Lo siento señor, perdone mi torpeza, me había quedado dormido.”


El anciano, apoyándose en la diestra a su bastón de madera de cedro con la siniestra agarró el tubo de láminas sin acabar y con un lento caminar que pondría nervioso a un muerto se fue acercando hasta el asiento del joven arquitecto y se lo entregó.
En estas, el tren empezó a andar lentamente otra vez por los oscuros bajos de la ciudad.

“¿Podría sentarme a tu lado y charlar un rato? ¿Hasta dónde vas? Hace tiempo que nadie viaja por aquí a estas horas.”


“Ehh… bueno… pues… claro… sí… como no… siéntese, yo me dirijo a Manida , a cinco estaciones, cerca del viejo hospital en ruinas. Precisamente estos planos que usted me ha recogido son de la restauración de ese viejo hospital, llevo un par de años trabajando en ello. Perdone mi descortesía, no le vi al subir”

“Me preguntaba si serías capaz de ayudarme, ya que por lo que veo eres el único que podría”, ya que no hay nadie más por aquí.” Espetó de repente el anciano.

“¿Yo? Estaría encantado si fuese en otro momento, ahora estoy tremendamente ocupado con el trabajo, éste que usted me ha devuelto, llevo dos años de retraso y me está dando más de un dolor de cabeza. Así que creo que por el momento, no soy la persona más capacitada para ayudar a nadie. ¡Si no soy capaz de ayudarme a mí mismo!”

“Precisamente es por eso por lo que te pido ayuda muchacho, por eso me he decidido a hablar contigo y sólo contigo. Porque nos vamos a ayudar mutuamente. Sólo tienes que escucharme muy atentamente y hacer todo lo que te diga.”

¿Cómo le iba a ayudar un anciano a resolver sus problemas? ¿Y él los suyos? 

La vieja maquinaria del tren comenzó a gemir al llegar a la siguiente estación donde aguardaban cinco nuevos viajeros que esperaban para subir al mismo vagón. 

Cinco viajeros que le parecieron de otro mundo, como de blanco y negro. Dos niñas en pijama y tres sanitarios con una linterna en la cabeza. No podía ser, las mismas imágenes que desde hace dos años le atormentaban en sus noches, las mismas caras de sus pesadillas. Al joven arquitecto se le empezó a erizar algo más que el vello. La mirada del viejo le empezaba a causar incomodidad, su pasmosa calma le causaba náuseas.
Empezó a vomitar.
No podía ser, las pastillas que le había dado Cloe para relajarse, le estaban causando efectos secundarios.
En esto, las luces del vagón volvieron a fluctuar al llegar al cartelón que indicaba “Alimay”, la tercera estación.

 

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