Después llegó el silencio, y la oscuridad, y la ingravidez.
Una suave corriente me impulsaba sin opción hacia un punto diminuto de luz en
la lejanía. Sabía que me movía porque a cada instante el orificio luminoso se
hacía cada vez más intenso y más grande. Como diminutos puntos negros vi pasar
infinidad de cuerpos que como yo se dejaban llevar por la invisible marea de
aire.
Al atravesar la luz, nos dimos cuenta que cruzábamos la frontera de lo
desconocido, un horizonte nuevo se abría camino ante nosotros…
Hoy en clase, les comentaba a mis alumnos que ese día nos
dieron una nueva oportunidad de hacer de este mundo, que
habíamos destruido,
algo grande y debíamos demostrar que se podía conseguir.