
En los días nublados, mi alma tirita cuando la luz se desvanece, mi mirada se debilita porque no me dan calor los sueños vividos en tu habitación.
Busco el sordo crepitar de una vela en mi corazón, que me diga que no está de más sentirse incomprendido, de locura, devaneo, ¡qué sé yo! Al final, cera y vela, lo mismo, fundido en un único fuego.
Sin ganas para robar el tiempo que te viene por delante, sin darle cuerda al reloj, noto que clavada como espinas te llevo dentro de mi silencio y cada herida me recuerda que me ahoga esa ansiedad como la lluvia al caer de madrugada.
Querida soledad no vengas a engalanarme con tu disfraz, llevamos tiempo ahuyentando nuestros pecados y a cada herida que me dejas más me robas el sentido.