Y cuando alguien muere el mundo no se para, no se detiene. Es como un pensamiento solitario y triste para un día de invierno, húmedo y frío. Siempre fue alegre y feliz, pero un día algo cambio. A partir de entonces nada volvió a ser lo mismo ya no quería sonreír, no podía ser feliz. A lo mejor resultaba más fácil llorar y encerrarse. Tal vez, toda esa felicidad no estaba hecha para ella o tal vez, ya había gastado esa cantidad que algún Dios le regalara para toda la vida. Desde pequeña todos la exigían demasiado, nunca era lo suficientemente buena para nada, nunca encontró a nadie que pudiese comprenderla, que mirara más allá de sus debilidades, que la quisiera de verdad. La soledad siempre hace estragos en una mente sana, pero más aún en una mente machacada. Dejó que su mente vagara largo rato, sin que nada pudiera proporcionarle ningún tipo de sensación. De todas formas el final ya estaba cerca. Llegados a ese punto, las lágrimas brotaron por sus mejillas. Lentamente se levantó de la cama dejando atrás su almohada empapada y salió al balcón. El sonoro golpe precedió a los sibilantes sonidos de las sirenas de los coches patrulla.
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