Ese día estaba especialmente
cansado. Subía desganado las escaleras de su portal al finalizar su jornada. Se
apoyó en la barandilla un instante para recobrar el aliento antes de recorrer
el largo descansillo con amplios ventanales que le conducía hacia la puerta de
su pequeño ático. Allí, inmóvil contemplaba las
estrellas en la noche clara, absorto en sus pensamientos.
Era el único vecino del inmueble,
un edificio medio en ruinas, paraíso de ratas, ratones y demás alimañas.
Encendió el enésimo cigarrillo y
se lo fumó en la tranquilidad de la noche antes de entrar en casa. De pronto
algo llamó su atención, un resplandor seguido de una sombra recorrió el
desvencijado patio de la vieja casona, en
la habitación contigua al viejo abrevadero, hasta detenerse fijamente sobre él.
Un frenético escalofrío recorrió su cuerpo e hizo que su corazón palpitara
fuertemente. El sobresalto le hizo echarse hacia atrás y pegarse a la pared del
descansillo. Cuando consiguió calmarse, volvió a acercar su mirada por la
ventana y no había nada. Allí no había ni rastro de presencia alguna. Se obligó
a pensar que había sido fruto del cansancio y de su imaginación, por lo que
entró en su ático dispuesto a descansar.
Pasó la noche inquieta, repleto
de sudores extraños.
A la mañana siguiente, un nuevo
día igual de rutinario que el anterior,
aunque no dejaba de pensar en lo acaecido la noche anterior. Algo, no sabe qué,
le daba vueltas en la cabeza y le hacía sentirse de lo más extraño, como un
cruel dejavu.
De nuevo se encontraba subiendo las escaleras
del portal, al llegar al descansillo de siempre, se paró, pero esta vez no iba
pensando en el agradable momento de fumarse su cigarro, si no con las ansias de
poder contemplar la ventana para ver si podría ver algo. Pero no había conseguido
ver nada fuera de lo común y se disponía a entrar en casa.
En la última calada le pareció
ver de nuevo el resplandor, seguido de la sombra inquieta de mirada penetrante.
Pero tal como apareció, se desvaneció dejándole
nuevamente con la duda de si era real lo que veía o no. Esa noche aunque cayó
tan cansado en la cama como siempre, no podía quedarse dormido pensando si la
sombra estaba ahí de verdad o era el agotamiento producido por las largas
noches de trabajo en la editorial y que le tenía terriblemente aletargado.
Al día siguiente al acabar su
jornada, volvía a casa más cansado que ningún otro día, le temblaban las manos
y el cuerpo se le estremecía con temblorosos espasmos producidos por la fiebre.
Pero de forma inesperada, al
subir las escaleras, una extraña fuerza tiraba de él hacia arriba, notó el
alivio en sus piernas y subió de tres en
tres los desvencijados escalones hasta llegar al ventanal del angosto pasillo.
Encendió un nuevo cigarrillo y empezó a observar a través del ventanal por si
llegara la sombra. Y allí estaba, mirándole fijamente, la veía con más claridad
que nunca distinguiéndole los ojos brillantes de gato.
Un espasmo súbito volvió a
recordar que las piernas le dolían intensamente, y el miedo, esta vez sí, el
miedo recorrió todo su cuerpo haciéndole trastabillar y caer justo antes de
entrar en su casa, cerrarlo todo con llave y meterse en la cama vestido como
iba.
Esa noche no pudo pegar ojo, se
preguntaba el motivo de porqué estaba hospedado en ese caserón abandonado sin más
vecinos que las ratas y gatos, qué podía ser esa sombra, ¿alguien que quisiera
que se marchara de allí?
Sacó todo el valor que pudo
conseguir con unas copas de ron y se acercó hacia la habitación que daba al
patio abandonado de la vieja casona con la intención de averiguar de una vez
por todas qué era esa cosa.
Se encontraba cercano al pilón
cuando su cuerpo empezó a temblar y su cabello a erizarse. Sintió unas enormes
ganas de salir corriendo pero la curiosidad pudo con él y se armó de coraje,
Abrió la puerta que respondió con un estruendoso chirrido oxidado y entró.
Todo se encontraba en completa oscuridad, aun
así pudo ver un viejo candelabro que conservaba restos de lo que serían velas y
lo encendió. Lo que pudo ver en la poca luz que emitía el candelabro le heló la
sangre, En una esquina, una figura toda vestida de negro. Estaba encorvada y
parecía mirarle fijamente.
Se quedó completamente inmóvil y
quería salir corriendo de allí pero sus piernas no reaccionaban a las órdenes
de su cerebro.
De pronto se le acercó y sin
decir nada alargó su mano invitando a este que la cogiera, había algo
irresistible en aquella sombra y no pudo evitar que su mano se entrelazara con
la de la figura.
Fue en ese momento cuando la
sombra se despojó del turbante que le tapaba la cara y fue cuando entendió por fin
todo lo que ocurría. Le pasaron una a una como viñetas de un cómic, todo lo acaecido en los últimos
días.
La sombra era él mismo. Estaba
muerto y lo sabía, ahora lo comprendía todo.
El otro día encontraron el
cadáver de un joven en el pasillo de su casa mirando por la ventana a un punto
infinito del patio, con los ojos totalmente en blanco y una expresión de terror
en el rostro. Estaba totalmente rígido rodeado de una inmensidad de colillas.
Cualquiera que lo hubiera visto
desde fuera hubiera creído que estaba vivo mirando a través del amplio ventanal.
Mi querido amigo, un texto el tuyo con tintes oníricos y ese misterio que lleva implícito me ha dado la mano también para llegar al final, un final, que en verdad no intuía.
ResponderEliminarMuy bueno,
Besos siempre.
Gracias María.
EliminarBesos siempre