Huele a
inmundicia, sudor, aguas putrefactas y excrementos humanos. El aire está
viciado y… ¡No, no me puedo mover! Siento un profundo dolor de cabeza, los huesos
entumecidos, no sé si alguno roto y la boca terriblemente seca. Es este maldito
dolor de cabeza el que tanto me aflige y no me deja vivir; que termine ya tanto
dolor. Inútil resistir ni un solo día más así. ¿Cuántos llevo, dos, tres?
Siglos me parecen. Sigo sintiendo ese
sonido encima de mí, clock, clock… y a cada golpe, los sesos intentan
escaparse de mi martirizada cabeza. A cada gota de agua se intensifica más la
desesperación, sucumbo ante la intermitente y parsimoniosa menudencia, clock,
clock, clock.
Por fin esta
noche ha dejado de caer la gota en mi
cabeza y ya no siento dolor, no siento nada, estoy libre de ataduras de nuevo,
feliz. En la silla aun maniatado, mi cuerpo sigue sentado con los ojos
desorbitados, pero ya sin dolor.
Había oído de
ciertas crueldades recibidas por los presos de la Santa Inquisición, pero nunca
podría llegar a imaginarme que me tocaría la peor. ¿Mi delito? Tener Hambre.
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