Doy vuelta al redil y no encuentro el agujero, me paro a
escuchar.
¿De quién es ese lamento?
Una noche más, si pienso no me encuentro, que me pasará, la
luna ya se acerca.
Noto correr mi sangre a borbotones, me rompe la piel,
desgarra el equipaje, desnuda mi coraje.
Me enfrento a la vida que de día pensaba que no tenía, y
vuelvo escuchar la flor de los suspiros acercándose, cada vez más cerca,
gritándome en silencio.
¿Que me vas a hacer?
¿Aún no me recuerdas?
Y siento el perfume de tu frágil risa, y noto el aliento de
tu sábana fría, revolcándome en ella, relampaguean las estrellas, no dejo de
pensar en lo que tuvimos, quizá no lo perdimos, o sí.
Ladridos, aullidos, se escuchan tan cerca, mordiscos
lascivos que no encuentran fronteras, para terminar con el alba arrastrada por
tu mirada canina taconeando al andar, de
formas irresistibles que manejan mis dilatadas pupilas, ¿me he vuelto a drogar?
¿Qué dices?
No pienses que no estamos cerca, que todos tenemos un poco de coraje para decidir
viajar con tu equipaje, fardos negros que esculpen parajes solapados por la
soledad de tu mirada fría, de la divinidad de las noches de luna que te hacen más fuerte, cada noche más, y dejas
quererte, que eso es mucho más, antes indolente hasta la saciedad.
Son sueños remotos
que siento tan cerca ya del final de toda esa maldita carrera por ganar a la soledad, que la locura
invade mi conciencia y en las noches de blanca luna llena, la fiera brama y
aúlla persiguiéndome amenazadoramente. Y sucumbo.