En un pueblo llamado Visavis se
formalizó el rescate. Antes de eso, me tenían todo el día encerrado. No me
dejaban ver televisión ni escuchar radio. A cada rato me ponían a caminar por
el monte. La comida, nefasta, recibía una diaria. Me insultaban, me
martirizaban diciendo que no volvería a ver mi papá ni a mi mamá, que no querían saber nada de mí.
Ya me crecía la barba después de cinco años de
cautiverio. Llegaba el ansiado momento del reencuentro y lo que más me
preocupaba era, que de verdad me hubieran olvidado. Pero allí estaban, como siempre.
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