Ese día, levanté
temprano a mi cuerpo. El ring del
teléfono aulló cuando me disponía a
salir por la puerta. Al otro lado del
aparato nadie contestó a mi titubeante -¿Diga?-, solo una intensa y convulsa
respiración. Después de un momento, volví a colgar el auricular y con paso
firme, decidido, salí de casa.
Al bajar por la escalera, el
teléfono volvió a sonar. Inexpresivo decidí no volver atrás y continué
caracoleando por la escalera hasta llegar al portal.
El frío era intenso en la calle.
Una hora antes del amanecer, nadie excepto yo transitaba por la avenida. En mis
oídos todavía el sonar del teléfono y esa extraña respiración.
Todo resultaba extrañamente
diferente aquella madrugada, la ciudad estaba completamente desierta, ni coches aparcados, ni el sonido del metro cercano, ni siquiera
el canto de los pájaros.
Seguí caminando hacia la estación
pensativo y algo rompió el silencio abrumador, el ring de una cabina cercana. Me acerqué
hacia ella desconcertado y me atreví a descolgar.
Al otro lado, la misma
respiración sofocada de antes, osé preguntar quién es…
“Soy Tú, dentro de una hora, corre ya vienen.”
Al darme media vuelta, a lo lejos,
cual vil procesión, una manada de almas en pena y rostros desencajados subían
por la avenida.
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