No puede ser, aún tengo el recuerdo de aquella lejana tarde como
si hubiera ocurrido ayer mismo. Una segunda vez no por favor. No puedo pasar
por lo mismo de nuevo.
Cuando me dejó, deambulé entre “locas” y “loqueros”, abatido por
el excesivo uso de la química y el alcohol, pero entonces conocí a Alba. Esta
vez parecía que sí, que había encontrado ese sosiego y esa calma, tan necesarios
en mi vida gracias a ella. Volvía a ser feliz, aquél joven que fui, enamorado y
lleno de alegría y esperanza.
Parecía que comenzaba a resurgir de mis cenizas, cuando un nuevo
golpe de celos, pequeño demonio interno con el que me siento ridiculizado y me
hace temer esa curiosidad moderada y morbosa con la que sufro pesarosamente,
hace que busque fantasmas donde no los hay, angustia y de qué manera a
las personas que más me quieren. Soy yo quien las separa de mí. Solo yo soy el
culpable de que tarde o temprano, pasa siempre, huyan de mi lado. Es la segunda
y la que más punzante siento el dolor en mi corazón.
Ahora mientras escribo estas memorias a modo despedida,
mientras el repiqueteo de un espejo deja
volar los pájaros de la memoria, las veo pasar a las dos de la mano por la
acera.
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