El viaje a la locura
Entré en una depresión traumática, volví al parque una y otra vez a buscarla pero nada, ni rastro de mi Venus.
Pasaron unos días y creí recuperarme, el doctor me recomendó descanso y que intentara no pensar nada de lo que pasó aquella tarde, ya que podría empeorar mi actual estado. Estaba al borde de la locura por un beso que me amargó el alma…
Estaba acabado, demasiado triste, deseando la muerte a cada momento. El reloj era el verdugo que marcaba el compás de mi desgracia.
¿Quién cojones eres y dónde estás amor? Me preguntaba a todas horas, no existía lógica en mi caso, pues no era ni lógico ni racional el profundo amor que me estaba destrozando el alma a cada momento.
Ya habían pasado dos meses de ese extraño otoño y todo seguía igual, sin esperanza alguna de volver a verla, con el calor de sus labios en mi boca como único recuerdo.
Esa noche me fui a dormir, apagué las velas y me recosté casi desnudo sobre las frías sábanas deseando que acabara pronto el calor tremendo que sentía en el pecho, inaguantable…
Había empezado a llover.
A punto de entrar en la fase rem, en medio del trance que trae consigo la somnolencia, mi puerta se abrió y una silueta apareció frente a mí. Vi su esbelto cuerpo, dejando ver su desnudez tras el vestido blanco que la envolvía, llena de luz. Sus manos ondeando mil colores, cortando el viento húmedo de mi habitación… Estaba casi sin aliento cuando apareció ante mis ojos el rostro de la dueña de mi corazón.
Era mi Venus, mi sueño y mi delirio. Me acarició el rostro con sus manos suaves como el terciopelo, acercó su boca a mi frente y me envolvió en ternura y pasión. Me besó todo el rostro tan lentamente que pareció que se acababa el mundo cuando al llegar a mis labios me arrastró a un encantamiento brutal del que no quería escapar. Volar a otro nivel, subir a otro escalón, al éxtasis.
Esa noche, nos amamos con pasión y locura, saboreando el placer de cada momento. Al amanecer flotábamos en vaporoso sueño. Eramos navegantes de universos paralelos buscando la fusión perfecta de dos cuerpos extraños pero emparejados en un mismo holograma.
Al despertar, estaba solo entre mis sábanas, de nuevo terriblemente solo y sin rastro de mi Venus sin nombre, con un dolor tremendo en mi espalda y con una rosa roja sobre la almohada.
Pasaron unos días y creí recuperarme, el doctor me recomendó descanso y que intentara no pensar nada de lo que pasó aquella tarde, ya que podría empeorar mi actual estado. Estaba al borde de la locura por un beso que me amargó el alma…
Estaba acabado, demasiado triste, deseando la muerte a cada momento. El reloj era el verdugo que marcaba el compás de mi desgracia.
¿Quién cojones eres y dónde estás amor? Me preguntaba a todas horas, no existía lógica en mi caso, pues no era ni lógico ni racional el profundo amor que me estaba destrozando el alma a cada momento.
Ya habían pasado dos meses de ese extraño otoño y todo seguía igual, sin esperanza alguna de volver a verla, con el calor de sus labios en mi boca como único recuerdo.
Esa noche me fui a dormir, apagué las velas y me recosté casi desnudo sobre las frías sábanas deseando que acabara pronto el calor tremendo que sentía en el pecho, inaguantable…
Había empezado a llover.
A punto de entrar en la fase rem, en medio del trance que trae consigo la somnolencia, mi puerta se abrió y una silueta apareció frente a mí. Vi su esbelto cuerpo, dejando ver su desnudez tras el vestido blanco que la envolvía, llena de luz. Sus manos ondeando mil colores, cortando el viento húmedo de mi habitación… Estaba casi sin aliento cuando apareció ante mis ojos el rostro de la dueña de mi corazón.
Era mi Venus, mi sueño y mi delirio. Me acarició el rostro con sus manos suaves como el terciopelo, acercó su boca a mi frente y me envolvió en ternura y pasión. Me besó todo el rostro tan lentamente que pareció que se acababa el mundo cuando al llegar a mis labios me arrastró a un encantamiento brutal del que no quería escapar. Volar a otro nivel, subir a otro escalón, al éxtasis.
Esa noche, nos amamos con pasión y locura, saboreando el placer de cada momento. Al amanecer flotábamos en vaporoso sueño. Eramos navegantes de universos paralelos buscando la fusión perfecta de dos cuerpos extraños pero emparejados en un mismo holograma.
Al despertar, estaba solo entre mis sábanas, de nuevo terriblemente solo y sin rastro de mi Venus sin nombre, con un dolor tremendo en mi espalda y con una rosa roja sobre la almohada.
La atmósfera que envuelve la historia resulta enigmática. Me sigue gustando
ResponderEliminarBesos siempre.
Gracias, esperó que lo que queda sorprenda aún más.
EliminarBesos siempre.