Aquella tarde, papá, regresó a la
tumba entristecido. Sabía que lo había dejado allí. Avanzó a tientas por los
negros corredores con la única compañía
de un esquelético gato que parecía querer indicarle el camino en las
tinieblas. Algo le vino a la memoria, si era por allí. La escalera desembocaba
en una amplia pieza carente de ventanas
y escasamente iluminada por una abertura en el techo. Su pequeño guía de cuatro patas se detuvo
para ver si él le seguía y reanudó el camino. La criatura se paró entonces en
una puerta con forma de arco. Descubrió entonces una escalera que subía a la
oscuridad. Arriba en lo alto, escondida por la retorcida escalera, brillaba
otra fuente de luz. Subió por ella pero allí tampoco estaba lo que aquella
tarde fue a buscar. Nunca lo
encontraría, porque su corazón se fue con ella. En ese mismo momento en que
descubrieron la tumba de Tutmosis, ella lo cogió, y lo bueno es, que sabía que
no lo volvería a ver.
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