Con
nuestro mecánico de confianza, fui a estrenar el nuevo deportivo último modelo
que acababa de comprar. Impresionante el rugido de los más de trescientos
caballos de potencia y el sigiloso desplazamiento a doscientos cincuenta
kilómetros por hora. Di recta la tercera curva y nos empotramos en un árbol, al
que suicidamos ese día. Mi novia nada sabía del hecho de la compra, claro. Y
ahora, ciento veinte mil euros de metal siniestrado y el seguro a terceros.
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