Elliot vivía
en una pequeña granja de la aldea de Wranstown, que debía su nombre al bosque junto
al que se asentaba.
En ella
estaban sus abuelos y su mamá.
Todas las
tardes al volver del colegio, Elliot jugueteaba con los animalitos de la granja
un rato antes de ponerse a hacer los deberes.
Luego, su
mamá le dejaba perderse un rato por su lugar favorito, la casita del árbol,
allí se refugiaba con los cuentos que alguna vez su padre le regaló. Se pasaba
las horas muertas disfrutando de las aventuras de sus personajes preferidos,
Gnomos, Elfos del Bosque, Gigantes y demás criaturas mitológicas.
Esa noche después
de la cena Elliot se fue a dormir temprano y soñó que estaba en el bosque solo
y la luz de la luna ya había oscurecido al sol. Tenía miedo, conocía esa parte
del bosque a la perfección, pero algo no encajaba, algo estaba fuera de su
sitio habitual y no sabía el qué.
Al intentar
volver a su casa, una enorme y gris loba se presentó en el sendero y a Elliot
le pareció que el corazón se le iba a salir del pecho.
A la loba no
parecía inquietarle mucho la presencia del muchacho, olisqueaba el aire
intentando notar alguna extraña presencia. A su lado, una figura alta de
cabellos dorados.
-¡Un Elfo!
¡Imposible! Se dijo Elliot, los Elfos solo viven en los cuentos.
Dicho esto, dio media vuelta, nervioso, dispuesto a coger el atajo del riachuelo que
llegaba directo a la granja del abuelo.
Al girarse,
allí volvían a estar las dos figuras,
una junto a la otra.
-No temas,
me llamo Dorian, soy el guardián de esta parte del bosque y aunque aun no lo sepas,
tú ya me conoces. Esta es Lorcuff,- señalando a la inmensa loba- mi compañera de viaje, no te hará daño.
Por este
lado del Wranstown nunca llegarás a tu casa, por la noche el bosque es
totalmente distinto a como lo recuerdas. Toma esto…
Le dio un pequeño
amuleto de hueso. Le dijo que, cuando tuviese miedo, lo llamara, el
colgante se iluminaría y le protegería. Recuérdalo, si se ilumina, es que yo
estoy contigo, pero no lo uses en vano.
Ahora él le acompañaría a su casa.
Anduvieron
lo que le parecieron días, no sabía cómo se podía haber alejado tanto del
sendero, pero ya le dijo el Elfo que de noche todo era diferente.
Era ya de
mañana cuando Elliot despertó, contento y triste a la vez, contento por volver
a estar en casa pero triste porque el sueño parecía tan real…
Al quitarse
el pijama para ponerse la ropa del colegio, un colgante resplandeciente pendía
de su cuello.
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