Ana está sentada en un banco cerca de la máquina de café,
silenciosa, observa todo cuanto ocurre a su alrededor:
El televisor, encendido, está dando las noticias de la noche
sin que nadie le preste demasiada atención.
Una madre intenta calmar el llanto de su bebé acunándolo y
meciéndolo sin éxito aparente.
La puerta se vuelve a abrir para dejar paso a una pareja de
ecuatorianos somnolientos.
Otros pasan el rato con los crucigramas, el periódico de la
mañana o simplemente, dormitando.
Ninguno de ellos se conoce de nada pero todos tienen algo en
común:
“Miradas vacías de desesperación y la interminable angustia
de la soledad de una sala de espera”.
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