Y además nos hace daño el frio suelo donde vamos a pasar la noche y con esa
algazara que no deja de traernos el viento.
Va a acabar con nosotros.
Llevábamos más de un mes recorriendo la sierra
intentando encontrar al duende de las Alpujarras y su famoso tesoro, sin
una pizca de suerte. Por fin ayer lo encontramos y… ¡En qué hora!
Le acorralamos entre los dos y le obligamos a que nos dijera
dónde tiene escondido su preciado cofre y el duendecillo asustado nos llevó
hasta un
árbol altísimo.
Se nos presentaba el día feliz cuando… ¡Zas! No tenemos con
qué cavar. Atamos nuestros pañuelos a la corteza del árbol para poder
distinguirlo después. Le hacemos prometer al duende, que no tocará los pañuelos
mientras nos ausentamos, y nos vamos corriendo al campamento a por pico y pala…
…Y el duende lo prometió.
Cuando volvimos, todos los árboles del bosque tenían dos
pañuelos alrededor del tronco, idénticos a los nuestros, y por supuesto estábamos
solos.
Nosotros dos y una
risotada sarcástica en la cadencia del viento.
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