Volví a nacer cuando perdí el dolor de tus silencios,
cuando descubrí en el placer de tus miradas lo que
siempre enmarcaban mis sueños…

"En lo Hondo"
Gustavo GP

viernes, 18 de septiembre de 2015

El Señor de la Niebla (y III)


Hoy Hazazel y  el resto de la guardia todavía siguen sus pasos. El capitán de la guardia y sus soldados lo persiguen. La niebla no durará eternamente, debe pensar en algo.
Este día de principios del invierno es igual que ayer, igual que el anterior. Mañana fría y soleada y tarde de bruma espesa y fría. El bosque se acaba y da paso a unos riscos y peñascos que dificultan la huida. Dorian comprende que si no quiere despeñarse por algún acantilado, tendrá que detenerse en cuanto baje la niebla.
Resultado de imagen de lobos en la niebla
Demasiado peligroso el continuar por senderos que pueden acabar abruptamente en barrancos y despeñaderos. Aflojará el paso, dejará que los soldados se le acerquen. Cuando ya no puedan avanzar más acamparán.
Después de un poco de carne salada y bayas se deja arrastrar a un sueño cada vez más inquieto que no dura mucho.
Esa será su oportunidad, su única oportunidad, atacar bajo la niebla, un espeso manto que no deja ver más allá de su nariz, pero es la única forma de acabar con ellos. Adelantarse a ellos, atacarlos. Con sigilo extremo, avanza entre los abetos. Unos minutos más tarde le parece que la niebla emite un pálido destello amarillento; los restos de una hoguera, piensa. Todavía avanza con más cuidado, seguro de que han dejado a alguno de guardia. Mucho más curtido en guerras y emboscadas que los bien pagados soldados del brujo, detecta al centinela sin que éste ni tan siquiera sospeche de su presencia. Una mano en la boca, un puñal en el cuello y el centinela cae, sin más sonido que un grito ahogado. Ahora avanza más deprisa, alumbrado por la hoguera. Un soldado que ya no despertará, luego otro y luego otro, así hasta cinco. Un crepitar en la hoguera, un paso en falso y el capitán de la guardia se levanta, espada en mano. Aún está algo aturdido, pero detiene el ataque de Dorian lo suficiente para llegar a despertar a los dos soldados restantes. A pesar de su desventaja, el príncipe sabe usar el terreno en su favor y conoce el arte de la guerra. Era el capitán de los ejércitos de su padre, el Rey. Esquiva las acometidas y solo lanza ataques cuando cree que alcanzarán su objetivo. A un soldado, el más joven de todos, el miedo y el cansancio lo llevan a cometer un error. Apoyando demasiado el peso del cuerpo al realizar una estocada, se ha acercado demasiado al Dorian y, éste, con veloz movimiento de ha encajado el puñal entre las costillas. El soldado trastabilla, boquea en busca de aire y se deja caer, lentamente, al lado de un viejo abeto. No lo sabe pero cuando se sienta entre las raíces del árbol ya está muerto. Con más espacio para maniobrar, el capitán y el otro soldado lo están acorralando. Este empieza a defenderse a la desesperada o eso es lo que le parece al soldado cuando ve un hueco en la guardia de su adversario. Ataca rápido, veloz, como ha hecho otras veces, pero Dorian lo espera. En un arriesgado movimiento intenta esquivar la espada. Prácticamente lo consigue, la espada muerde cuero, Dorian gira sobre sí mismo dejando pasar al soldado y lanza un tajo oblicuo hacia atrás que cercena músculos y venas. El soldado cae, pesadamente, por su propia inercia y el empuje de la pesada espada.  Ahora son uno contra uno, dos grandes guerreros. Giran alrededor uno de otro lanzando estocadas. Puede que gane el mejor o el más afortunado, sólo puede quedar uno. La pelea se prolonga por un largo espacio de tiempo, inacabable, eterno, hasta que el capitán de la guardia, demasiado viejo contra la juventud y rabia de Dorian, cede ante su empuje. Un golpe brutal, con furia inusitada, de arriba a abajo que rompe la hoja de la espada de Hazazel, continúa su camino partiendo el casco del capitán y reventándole el cráneo. Dorian exhausto se  deja caer junto a la hoguera. Ahora solo queda volver a Kcorl y recuperar lo que es suyo. Mañana por la mañana volverá a por Percy.
Ha pasado casi un día desde su encuentro con los soldados. El mismo frío, el mismo paisaje, abetos y peñas, la misma niebla gélida, espesa. Dorian está herido, camina dejando tras de si un rastro rojizo. Por la mañana apenas eran unas gotas cada diez pasos. Ahora es continuo, se está debilitando. El capitán de la guardia alcanzó el objetivo en una de sus estocadas.
La niebla va ocultando el camino. Lo siguen. Él necesita ver el camino, los que le siguen sólo el olor de la sangre. No los ha visto pero sus aullidos indican que están cada vez más cerca. Merodean a su alrededor esperando su momento. No tienen prisa, lo seguirán con la misma tenacidad que lo siguieron los soldados. El camino ya no se ve y sus pasos son torpes. Alcanza a ver un peñasco surgiendo de la niebla, avanza hacia él, tropieza, se levanta, da unos pasos y vuelve a tropezar. Cualquier huida es imposible, lo sabe y se abandona, se deja caer, vencido, apoyando la espalda contra la peña. Ya lo envuelve la niebla que sigue bajando desde las cumbres de las montañas. Envuelve al peñasco, envuelve al bosque, envuelve al mundo. Ya sólo hay niebla, fría y espesa. Silencio aterrador y después un aullido largo, agudo que parece surgir de las entrañas de la tierra, acompañado de una carcajada siniestra. Era de Angmar, el Señor de la Niebla.

2 comentarios:

  1. Una vez que se inicia una historia ya no se puede evitar volver a ver que puede o no puede pasar, y por aqui he estado yo leyéndote y me gusta.


    Besos

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  2. Al final el bien no gana siempre. Pena.
    Besos siempre.

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