Hoy Hazazel y el resto de la guardia todavía siguen sus
pasos. El capitán de la guardia y sus soldados lo persiguen. La niebla no durará
eternamente, debe pensar en algo.
Este día de principios del
invierno es igual que ayer, igual que el anterior. Mañana fría y soleada y
tarde de bruma espesa y fría. El bosque se acaba y da paso a unos riscos y
peñascos que dificultan la huida. Dorian comprende que si no quiere despeñarse
por algún acantilado, tendrá que detenerse en cuanto baje la niebla.
Demasiado peligroso el continuar
por senderos que pueden acabar abruptamente en barrancos y despeñaderos. Aflojará
el paso, dejará que los soldados se le acerquen. Cuando ya no puedan avanzar
más acamparán.
Después de un poco de carne
salada y bayas se deja arrastrar a un sueño cada vez más inquieto que no dura
mucho.
Esa será su oportunidad, su única
oportunidad, atacar bajo la niebla, un espeso manto que no deja ver más allá de
su nariz, pero es la única forma de acabar con ellos. Adelantarse a ellos,
atacarlos. Con sigilo extremo, avanza entre los abetos. Unos minutos más tarde
le parece que la niebla emite un pálido destello amarillento; los restos de una
hoguera, piensa. Todavía avanza con más cuidado, seguro de que han dejado a
alguno de guardia. Mucho más curtido en guerras y emboscadas que los bien
pagados soldados del brujo, detecta al centinela sin que éste ni tan siquiera
sospeche de su presencia. Una mano en la boca, un puñal en el cuello y el
centinela cae, sin más sonido que un grito ahogado. Ahora avanza más deprisa,
alumbrado por la hoguera. Un soldado que ya no despertará, luego otro y luego
otro, así hasta cinco. Un crepitar en la hoguera, un paso en falso y el capitán
de la guardia se levanta, espada en mano. Aún está algo aturdido, pero detiene
el ataque de Dorian lo suficiente para llegar a despertar a los dos soldados
restantes. A pesar de su desventaja, el príncipe sabe usar el terreno en su
favor y conoce el arte de la guerra. Era el capitán de los ejércitos de su
padre, el Rey. Esquiva las acometidas y solo lanza ataques cuando cree que
alcanzarán su objetivo. A un soldado, el más joven de todos, el miedo y el
cansancio lo llevan a cometer un error. Apoyando demasiado el peso del cuerpo
al realizar una estocada, se ha acercado demasiado al Dorian y, éste, con veloz
movimiento de ha encajado el puñal entre las costillas. El soldado trastabilla,
boquea en busca de aire y se deja caer, lentamente, al lado de un viejo abeto.
No lo sabe pero cuando se sienta entre las raíces del árbol ya está muerto. Con
más espacio para maniobrar, el capitán y el otro soldado lo están acorralando.
Este empieza a defenderse a la desesperada o eso es lo que le parece al soldado
cuando ve un hueco en la guardia de su adversario. Ataca rápido, veloz, como ha
hecho otras veces, pero Dorian lo espera. En un arriesgado movimiento intenta
esquivar la espada. Prácticamente lo consigue, la espada muerde cuero, Dorian gira
sobre sí mismo dejando pasar al soldado y lanza un tajo oblicuo hacia atrás que
cercena músculos y venas. El soldado cae, pesadamente, por su propia inercia y
el empuje de la pesada espada. Ahora son
uno contra uno, dos grandes guerreros. Giran alrededor uno de otro lanzando estocadas.
Puede que gane el mejor o el más afortunado, sólo puede quedar uno. La pelea se
prolonga por un largo espacio de tiempo, inacabable, eterno, hasta que el
capitán de la guardia, demasiado viejo contra la juventud y rabia de Dorian, cede
ante su empuje. Un golpe brutal, con furia inusitada, de arriba a abajo que
rompe la hoja de la espada de Hazazel, continúa su camino partiendo el casco
del capitán y reventándole el cráneo. Dorian exhausto se deja caer junto a la hoguera. Ahora solo queda
volver a Kcorl y recuperar lo que es suyo. Mañana por la mañana volverá a por Percy.
Ha pasado casi un día desde su
encuentro con los soldados. El mismo frío, el mismo paisaje, abetos y peñas, la
misma niebla gélida, espesa. Dorian está herido, camina dejando tras de si un rastro rojizo.
Por la mañana apenas eran unas gotas cada diez pasos. Ahora es continuo, se
está debilitando. El capitán de la guardia alcanzó el objetivo en una de sus
estocadas.
La niebla va ocultando el camino.
Lo siguen. Él necesita ver el camino, los que le siguen sólo el olor de la
sangre. No los ha visto pero sus aullidos indican que están cada vez más cerca.
Merodean a su alrededor esperando su momento. No tienen prisa, lo seguirán con
la misma tenacidad que lo siguieron los soldados. El camino ya no se ve y sus
pasos son torpes. Alcanza a ver un peñasco surgiendo de la niebla, avanza hacia
él, tropieza, se levanta, da unos pasos y vuelve a tropezar. Cualquier huida es
imposible, lo sabe y se abandona, se deja caer, vencido, apoyando la espalda
contra la peña. Ya lo envuelve la niebla que sigue bajando desde las cumbres de
las montañas. Envuelve al peñasco, envuelve al bosque, envuelve al mundo. Ya
sólo hay niebla, fría y espesa. Silencio aterrador y después un aullido largo,
agudo que parece surgir de las entrañas de la tierra, acompañado de una carcajada
siniestra. Era de Angmar, el Señor de la Niebla.
Una vez que se inicia una historia ya no se puede evitar volver a ver que puede o no puede pasar, y por aqui he estado yo leyéndote y me gusta.
ResponderEliminarBesos
Al final el bien no gana siempre. Pena.
ResponderEliminarBesos siempre.